martes, 3 de abril de 2007

julieta

Corred, corred a la casa de Febo, alados corceles del Sol. El látigo
de Faetón os lance al ocaso. Venga la dulce noche a tender sus espesas
cortinas. Cierra ¡oh Sol! tus penetrantes ojos, y deja que en el silencio venga a
mí mi Romeo, e invisible se lance en mis brazos. El amor es ciego y ama la
noche, y a su luz misteriosa cumplen sus citas los amantes. Ven, majestuosa
noche, matrona de humilde y negra túnica, y enséñame a perder en el blando
juego, donde las vírgenes empeñan su castidad. Cubre con tu manto la pura
sangre que arde en mis mejillas. Ven, noche; ven, Romeo, tú que eres mi día en
medio de esta noche, tú que ante sus tinieblas pareces un copo de nieve sobre
las negras alas del cuervo. Ven, tenebrosa noche, amiga de los amantes, y
vuélveme a mi Romeo. Y cuando muera, convierte tú cada trozo de su cuerpo
en una estrella relumbrante, que sirva de adorno a tu manto, para que todos se
enamoren de la noche, desenamorándose del Sol. Ya he adquirido el castillo de
mi amor, pero aún no le poseo. Ya estoy vendida, pero no entregada a mi señor.
¡Qué día tan largo! tan largo como víspera de domingo para el niño que ha de
estrenar en él un traje nuevo. Pero aquí viene mi ama, y me traerá noticias de él.
Romeo y Julieta, W. Shakespeare

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